Thunderbolts es ese tipo de película que llega cuando el universo cinematográfico de Marvel parecía estar flotando a la deriva, perdido entre cameos forzados y series olvidables. Pero no. Thunderbolts se planta como una declaración: Marvel aún tiene cosas que decir, y lo puede hacer con madurez, humor, acción y, sorprendentemente, con una buena dosis de corazón. Es el equivalente a ver a un viejo amigo que por fin fue a terapia y empezó a conectar con sus emociones. Y sí, eso incluye abordar temas como la depresión, el vacío existencial y la redención… sin dejar de lanzar madrazos espectaculares por toda la pantalla.

Desde los primeros minutos se nota que Thunderbolts no es otra película más del montón. Tiene ese tono agrio que recuerda a The Winter Soldier, pero mezclado con la irreverencia de Guardians of the Galaxy. El equipo está compuesto por personajes rotos, algunos por dentro, otros por fuera, pero todos con algo en común: nadie les enseñó a ser héroes, y muchos ni siquiera quieren serlo. Pero ahí están, unidos por una causa que, al principio, parece una más del gobierno… hasta que no lo es.

Yelena Belova (Florence Pugh) se roba cada escena. Sigue teniendo ese sarcasmo encantador, pero ahora con más capas emocionales. Bucky (Sebastian Stan) ya no es solo el soldado triste con el brazo de metal; acá es un líder reacio que carga con culpas pasadas y que, por fin, empieza a perdonarse. Red Guardian, US Agent, Ghost y Taskmaster completan el grupo con dinámicas inesperadas, peleas brutales y algunos momentos que, sin exagerar, duelen. No porque estén mal, sino porque son humanos. Porque todos están lidiando con cosas que el MCU rara vez se ha atrevido a tocar: culpa, trastornos de ansiedad, trauma postraumático y, sí, depresión.

Una de las cosas más sorprendentes de la película es cómo maneja el humor. No es el humor forzado que interrumpe escenas dramáticas como en Thor: Love and Thunder. Acá el humor es defensa, es mecanismo de supervivencia. Cuando Yelena lanza una broma, lo hace para no quebrarse. Cuando Red Guardian dice una burrada, lo hace para no sentir que está envejeciendo sin propósito. Esa mezcla de chistes con melancolía es oro puro, porque no sabés si reírte o preocuparte. Y eso es real. Eso somos muchos.

Pero no se engañen: Thunderbolts también es pura acción. Las coreografías están al nivel de lo mejor del MCU. Hay peleas cuerpo a cuerpo que se sienten sucias, dolorosas. No hay tanta magia ni rayos espaciales. Acá se golpea con puños, cuchillos, y lo que se tenga a mano. Las escenas de combate son crudas, filmadas con una cámara que se mueve con ellos, que respira con ellos. Hay una pelea en un edificio derrumbado que merece estar entre las mejores del universo Marvel. La música acompaña como debe, sin robarse el protagonismo pero marcando los momentos clave con tensión o alivio.

Y sí, Marvel por fin recordó que tiene un universo conectado. No voy a spoilear nada, pero hay apariciones que no solo se sienten orgánicas, sino que abren puertas gigantes para lo que se viene. La historia no se siente encerrada en sí misma, sino que sirve como una bisagra para futuros proyectos. Hay consecuencias, y eso es algo que se había perdido en algunas películas recientes. Las decisiones pesan. Las muertes duelen. El futuro se oscurece… y se vuelve más interesante.

Uno de los aciertos más grandes es cómo trata la salud mental. No lo hace con discursos larguísimos ni con momentos lacrimógenos artificiales. Lo hace desde lo cotidiano. Desde una mirada perdida, desde una conversación que se corta a la mitad porque “no quiero hablar de eso ahora”. Desde una escena donde uno de los personajes simplemente no puede levantarse. Ahí está la magia: en mostrar que ser fuerte no siempre significa pelear. A veces significa seguir vivo un día más. Y eso, dentro de un blockbuster, es muchísimo.

El guión sabe equilibrar todos estos tonos sin desbarrancar. Hay momentos de risa genuina, otros que te dejan con el estómago apretado. El ritmo nunca decae, y aunque la estructura sigue siendo la típica de “misión en equipo”, logra reinventarse gracias a las personalidades tan dispares del grupo. La dirección sabe dónde enfocar, cuándo cortar y cuándo dejar respirar la escena. Nada se siente gratuito. Todo aporta.

Y ahora hablemos de la joya final: las escenas post-créditos. La primera es buena. Da contexto. Pero la segunda… Dios santo, la segunda. Es de esas que te hacen levantarte de la silla y gritarle al que tenés al lado. No por nostalgia barata, sino por todo lo que implica. Es épica, aunque un tanto previsible, pero tiene potencial de cambiar el juego por completo. Si te habías desconectado del MCU, esta escena te vuelve a enganchar de golpe, y te pone en alerta para lo que viene.

Thunderbolts no es perfecta, pero sí es valiente. Y en un universo donde muchas películas se sienten como capítulos genéricos de una serie infinita, esta se siente como un statement. Como un “aún podemos contar buenas historias, con personajes complejos y con corazón”. Es cruda, graciosa, triste y, por momentos, esperanzadora. Como la vida misma.

Si te gusta Marvel, esta te va a devolver la fe. Si estabas cansado del tono liviano o del caos sin sentido, acá vas a encontrar un equilibrio justo. Si alguna vez te sentiste roto, perdido o desconectado… puede que en esta película encuentres una parte de vos. Y eso no es poco.
