Wicked: Por Siempre llega como una secuela que no pretende solo continuar una historia, sino cerrar un ciclo emocionalmente complejo y visualmente ambicioso. Desde el primer instante se siente el peso de un acto final diseñado para ser más grande, más profundo y más contundente. La primera película ya había sorprendido por la escala de su producción, pero esta segunda parte busca elevarlo todo: desde el mundo visual de Oz hasta la construcción íntima de una amistad que desafía la moralidad clásica del cuento original.
Aquí, la historia de Elphaba y Glinda se siente más madura, más tensa, más inevitable. Y eso convierte a Wicked: Por Siempre en algo más que un musical llevado a la pantalla grande: es un desenlace cuidadosamente tejido para dejar una huella emocional tanto en fans del teatro como en espectadores nuevos.
Esta secuela adapta el segundo acto del musical de Broadway —el más difícil, el más denso, el más cargado de decisiones irreversibles— y lo hace con el beneficio de haber dividido la historia en dos películas. Esa decisión creativa, anunciada desde el desarrollo inicial, no solo respeta la estructura original del show; también permite que el cine abra el universo de Oz sin sacrificar la sensibilidad teatral que lo hizo tan icónico. La historia retoma directamente los hilos pendientes: la tensión política, la caída del mito del Mago, la radicalización de Elphaba, la fama y contradicción de Glinda y el choque inevitable entre ambas visiones. Todo está ahí, pero llevado a una escala que el teatro no puede ofrecer… y el cine sí.

Luces verdes que arden más alto
Uno de los aspectos más llamativos de esta secuela es cómo abraza el espectáculo visual. Y no se trata solo del presupuesto: hay un nivel de cuidado artesanal que se nota en cada cuadro. Equipos de efectos como ILM y Framestore colaboraron para darle vida a criaturas, hechizos y escenarios con una naturalidad que sorprende incluso en tiempos donde los blockbusters recurren a CGI a destajo. Aquí la magia se siente física, presente; no solo como adorno sino como parte esencial del ADN narrativo.
Oz vuelve a desplegarse con una identidad más vibrante y expansiva: las calles, los palacios, los bosques, los cielos. La arquitectura se siente híbrida entre fantasía y teatralidad, con un colorido que rinde homenaje al imaginario clásico del mundo de Oz sin caer en nostalgia gratuita. Siluetas elaboradas, telas que juegan con texturas luminosas, piezas que conectan simbólicamente con el estado emocional de cada personaje y sobre todo en los contrastes entre las dos protagonistas son elementos que no podemos dejar de notar.

La dirección de arte se luce en momentos donde la narrativa necesita impulso visual, como cuando el conflicto político escala y los escenarios se vuelven más fríos, más tensos, más opresivos. En otros puntos, la cámara y el diseño de iluminación se unen para crear momentos íntimos que resaltan la vulnerabilidad de las protagonistas. Esta dualidad entre lo grandioso y lo humano se convierte en uno de los mayores aciertos de la película.
Canciones que soplan desde lo alto
Musicalmente, Wicked: Por Siempre es un despliegue monumental. Las piezas emblemáticas del musical original regresan con arreglos más amplios, más cinematográficos, con coros y orquestaciones que aprovechan toda la dimensión sonora del cine. A esto se suman canciones nuevas creadas específicamente para la adaptación, que realmente aportan y dejan con buena sensación de boca.
Las voces protagónicas —Cynthia Erivo y Ariana Grande— son, sin duda, el corazón musical de esta secuela. Ambas provienen de mundos distintos dentro del entretenimiento, pero aquí convergen con una fuerza vocal y emocional que sostiene el peso dramático sin perder el encanto melódico que vuelve a Wicked tan memorable. Erivo da un nivel de interpretación devastador y transformador, mientras que Grande logra equilibrar ingenuidad y presencia escénica con una madurez vocal impecable.
El diseño sonoro acompaña esta ambición musical. Cada número está construido para sentirse grande, para aprovechar el rango completo de una sala de cine. Hay crescendos que erizan la piel, silencios que cargan el peso emocional de los personajes, y un sentido de escala que reafirma que esta obra nació para ser escuchada fuerte, clara y envolvente. El resultado es una experiencia auditiva que no solo honra al musical original, sino que invita al público a sentir cada conflicto, cada triunfo y cada ruptura a través de la música.

El precio de volar más alto
Adaptar el segundo acto de Wicked nunca fue tarea sencilla. Este tramo de la historia es más introspectivo, más trágico y más exigente en términos de personaje. Elphaba enfrenta el peso de convertirse en un símbolo —quiera o no— y de asumir las consecuencias de rebelarse contra un sistema corrupto. Glinda, en cambio, navega entre la fama, la culpa y la responsabilidad, atrapada entre lo que el mundo espera de ella y lo que realmente desea.
Trasladar esta complejidad al cine implicaba encontrar el balance perfecto entre espectáculo y vulnerabilidad. Y aunque la película es gigantesca, nunca pierde de vista que su eje no son los efectos especiales, sino el vínculo emocional entre dos mujeres que no están peleando solo por Oz, sino por su propia identidad.
Los riesgos narrativos son evidentes: la historia ya venía cargada de expectativas, y cualquier mínimo desbalance podía provocar que la secuela se sintiera saturada o desconectada. Sin embargo, el guion y la puesta en escena se toman su tiempo para dejar respirar cada giro, permitiendo que las decisiones de las protagonistas se sientan naturales dentro de su propio caos. La construcción emocional es tan fuerte que incluso los momentos más espectaculares están atravesados por la humanidad de las decisiones difíciles.

Sombras que se alargan, luces que resisten
La película exhibe una fuerza especial cuando mezcla su espectacularidad con la fragilidad de sus personajes. Las actuaciones, la química entre Erivo y Grande, la forma en que sus miradas y gestos funcionan como contrapunto emocional, sostienen gran parte del peso dramático del final.
A nivel técnico, los puntos fuertes ya mencionados —vestuarios, efectos, escenografía— actúan como extensiones simbólicas de la narrativa: Oz se vuelve más amenazante a medida que la historia se oscurece, y la estética se vuelve más recta, más afilada, más rígida. Esta lectura visual del conflicto es uno de los detalles mejor logrados de la producción.
Sin embargo, algunos tramos pueden sentirse densos para quienes se acercan sin contexto previo. El segundo acto siempre fue más político, más introspectivo y más cargado de matices, y la película respeta eso. No busca simplificarlo para hacerlo más digerible; más bien lo representa tal como es, confiando en que el público conectará con su peso.
Aun así, la secuela ofrece suficientes momentos de claridad emocional, humor ligero y respiros melódicos para equilibrar esa densidad. Es un viaje grande, complejo y emocional, que no pretende ser perfecto, sino fiel.

Conclusión — No hay magia más fuerte que la que deja huella
Wicked: Por Siempre es una secuela que apuesta por lo grande, lo emotivo y lo inolvidable. Brilla por su escala visual, deslumbra por su riqueza musical y conmueve por la profundidad emocional de sus personajes. Es un cierre digno para una historia que ya formaba parte del imaginario colectivo, un desenlace que combina espectáculo con introspección, política con intimidad, magia con humanidad.
La película entiende que esta historia no termina con un acto final: termina cuando el público comprende qué significa realmente ser malvado, ser bueno, ser visto o ser incomprendido. Y la secuela se encarga de explorar todos esos matices con respeto y valentía.
Wicked siempre ha hablado de percepción, de cómo las etiquetas pueden aplastar o liberar, de cómo una historia cambia por completo dependiendo del ángulo en el que te pares. Esta secuela retoma esa idea y la amplifica. Entre luces verdes, cielos inmensos y decisiones irreversibles, recuerda al espectador que la verdad casi nunca está en los extremos, sino en los matices.
Y quizá por eso, después de tantos años, esta historia sigue viva: porque más allá de la magia, nos habla a nosotros.

