El próximo 16 de octubre llega a los cines El Teléfono Negro 2, una de las secuelas de terror más esperadas de los últimos años. La primera entrega sorprendió a crítica y público por su crudeza, su atmósfera opresiva y por presentar a The Grabber como un villano aterrador que parecía demasiado real. Con una sola película, la franquicia se colocó en un lugar privilegiado dentro del género. Ahora regresa con una propuesta más arriesgada, abrazando de lleno el componente sobrenatural. The Grabber ya no está presente físicamente, pero su sombra sigue acechando desde otro plano, atormentando a quienes intentan seguir adelante después de los hechos previos.

La expectativa es enorme y la cinta responde con una atmósfera distinta, más gélida y envolvente. El terror ya no se limita a lo tangible, sino que se proyecta en visiones, llamadas y apariciones que rozan lo onírico. Sin embargo, en el intento de expandir su propio universo, hay momentos en que la historia se siente menos contenida que su antecesora. Aun con sus tropiezos, la película construye una experiencia que provoca sobresaltos genuinos y que, al menos en varios pasajes, recuerda por qué este villano se convirtió en icono tan rápido. ¿Qué me pareció el regreso del “Raptor”? Averígualo en esta Digital Review.

Entre la nieve y las llamadas del más allá

La narrativa se centra en Finney y Gwen, quienes intentan rehacer su vida tras sobrevivir a un trauma imposible de borrar. La historia los sitúa en un ambiente helado y hostil, donde las llamadas del más allá regresan con fuerza. La nieve, el frío y la sensación de aislamiento funcionan como metáfora de un duelo congelado, que nunca termina de sanar. El guion de Scott Derrickson y C. Robert Cargill apuesta por un horror más abierto, con reglas sobrenaturales que se expanden en cada escena. Esa ambición da aire fresco, pero también provoca que algunas transiciones entre lo real y lo espectral se sientan menos precisas.

La estructura de la cinta es clara y avanza con firmeza hacia un clímax perturbador. Sin embargo, existe un punto concreto —evitando spoilers— en el que la trama se desinfla. La decisión tomada en ese momento resta misterio a un conflicto emocional que funcionaba con gran potencia. A pesar de ello, el guion sigue ofreciendo escenas que cargan de tensión al espectador, y no renuncia a la esencia que convirtió al filme original en algo especial: un retrato del trauma juvenil convertido en pesadilla.

Un hielo que encierra tanto como el sótano

La fotografía es uno de los aspectos más logrados. La paleta dominada por tonos fríos, azules y grises intensifica la sensación de fragilidad. El hielo, la escarcha y las noches interminables convierten a los escenarios en un enemigo más. El director filma con precisión los espacios: pasillos angostos, habitaciones en penumbra, exteriores nevados que parecen infinitos. Cada plano está diseñado para mantener al espectador en alerta, como si el suelo pudiera quebrarse en cualquier momento.

La puesta en escena se apoya en el teléfono como símbolo constante. Cada timbrazo altera la dinámica, interrumpe la calma y reorganiza la tensión. Derrickson entiende el valor de la pausa, del silencio prolongado, de la respiración contenida. Los sustos son medidos y contundentes, nunca gratuitos. La cámara se mueve como si siguiera hilos invisibles, reforzando la idea de que fuerzas externas manipulan todo a su alrededor. El resultado es un lenguaje visual coherente con el tono sobrenatural que define esta segunda parte.

Cuando el sonido es más aterrador que la imagen

El diseño sonoro es un elemento clave. Los susurros, los crujidos de la madera, el viento que corta la piel y el timbre del teléfono se integran en una experiencia envolvente. En salas equipadas con Dolby Atmos la película gana otra dimensión, ya que los sonidos provienen de diferentes direcciones y logran que la tensión crezca incluso antes de que la imagen lo confirme. El espectador no sólo ve el horror, lo escucha a su alrededor. Esa decisión potencia la sensación de encierro y la vulnerabilidad de los personajes.

Actores que sostienen la tensión y un villano que se transforma

El reparto ofrece interpretaciones sólidas. Mason Thames y Madeleine McGraw, como los hermanos Finney y Gwen, transmiten con convicción la mezcla de miedo y resiliencia que exige la trama. Sus rostros cargan la película con humanidad, recordando que, más allá del terror, hay una historia de dolor y sobrevivencia. Jeremy Davies regresa con un papel complejo, lleno de matices que se debaten entre la culpa y la redención.

Ethan Hawke reaparece como The Grabber, aunque esta vez desde un lugar más simbólico. Su amenaza no es tan física como antes, pero su sombra sigue impregnando cada escena. La construcción del villano gana en mitología, aunque pierde parte de la inmediatez visceral que lo hizo tan temido en la primera película. Por su parte, Demián Bichir aporta presencia y peso dramático. Su personaje, Armando, funciona como un engranaje importante de la trama y ofrece una actuación sobria, de las que sostienen silenciosamente el relato sin necesidad de robar reflectores.

Las cicatrices del pasado: la máscara y los globos negros

Una de las adiciones más interesantes de esta secuela es cómo se profundiza en los símbolos que hicieron de The Grabber un villano inolvidable. La máscara, que ya en la primera cinta imponía con su capacidad de ocultar y distorsionar, adquiere ahora un carácter casi ritual. Es más que un disfraz: representa la imposibilidad del personaje de enfrentarse a sí mismo, un reflejo de un trauma originario que nunca terminó de sanar. La película no da todas las respuestas, pero sugiere que detrás de ese rostro oculto había una necesidad enfermiza de control, un deseo de dominar aquello que en algún momento lo dominó a él.

Aunque no todo queda atado —y quizá no debería, porque el misterio es parte del encanto del personaje—, se agradece que la película empiece a bordear preguntas sobre el origen del monstruo. ¿Por qué comenzó a actuar de manera insana? ¿Qué lo empujó a construir esa figura enmascarada que proyectaba más poder del que tenía en realidad? El filme plantea esos cuestionamientos sin resolverlos del todo, pero deja la sensación de que detrás del villano había un ser roto, incapaz de relacionarse con el mundo si no era a través del miedo.

Donde la primera sofocaba, la secuela se expande

La comparación es inevitable. La primera película fue un golpe de frescura en el género, con un villano tangible y una narrativa contenida que mantenía al espectador atrapado en un sótano asfixiante. Esta segunda parte apuesta por ampliar las fronteras, llevar el terror a un plano más espectral y abrir el espacio hacia paisajes helados. Gana en escala, en atmósfera y en ambición, pero pierde en el filo del misterio y en la contundencia del horror físico.

La cinta anterior provocaba un miedo inmediato, casi táctil. En esta secuela, el temor es más conceptual, más simbólico. Para algunos espectadores eso será un acierto, para otros una pérdida. Aunque se valora el riesgo, es difícil ignorar que el primer filme golpeaba con mayor fuerza.

Cuando el miedo se convierte en eco

El Teléfono Negro 2 es una secuela que decide no repetirse y que se atreve a caminar sobre hielo fino. Lo hace con un diseño visual atractivo, un sonido envolvente y actuaciones que sostienen el relato con credibilidad. Si bien no logra alcanzar el impacto inmediato de la primera parte y en ciertos tramos se resiente su estructura narrativa, la película consigue mantener vivo el universo y expandirlo hacia territorios nuevos.

Al salir de la sala, queda la sensación de que el verdadero terror no siempre está en lo que se puede tocar, sino en lo que persiste en la memoria. The Grabber se ha convertido en un símbolo del miedo moderno: aunque ya no esté presente de manera física, su eco resuena en cada escena. La máscara y los globos negros son ahora más que elementos de utilería; son cicatrices visibles de un pasado que nunca se resolvió. Ese timbrazo que se queda en la cabeza, ese ring que parece escucharse en la distancia aun cuando los créditos han terminado, es lo que convierte a esta secuela en una experiencia digna de verse en pantalla grande.

Calificación: 7.5 / 10

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