Si de niño te contaron historias como La Llorona o El Roba Chicos, sabrás exactamente a lo que te enfrentas con La Hora de la Desaparición (título en español para Weapons, la nueva cinta de terror de Zach Cregger). No porque retome directamente esas leyendas mexicanas, sino porque su estructura, su tono y hasta sus inconsistencias parecen sacadas de uno de esos cuentos con los que te querían espantar para que te durmieras temprano.

Esta no es una película de terror tradicional. No sigue una sola línea, ni se limita a un solo susto. Es un collage de historias que al principio parecen desconectadas, pero que lentamente van entrelazándose hasta formar un relato oscuro, sangriento y profundamente incómodo. Y eso, lejos de jugarle en contra, termina siendo uno de sus mayores aciertos.

Una historia de terror fragmentada

La película comienza con un evento aterrador: diecisiete niños desaparecen de sus casas exactamente a las 2:17 a.m. Todos salen corriendo como Naruto, con un silencio que cala, como si algo los llamara desde la oscuridad. Solo uno sobrevive. Las cámaras los captan saliendo tranquilamente, mientras sus familias duermen. En el centro de todo está su profesora, Justine Gandy, interpretada por una Julia Garner impecable, que pasa rápidamente de ser una figura preocupada a convertirse en el foco de las sospechas.

A partir de ahí, La Hora de la Desaparición se despliega en varias capas. La historia no se cuenta de forma lineal, sino que se fragmenta en capítulos desde distintas perspectivas: la maestra, un padre devastado (Josh Brolin), un joven policía (Alden Ehrenreich), un indigente (Austin Abrams) y el niño que sobrevivió. Cada uno tiene su propio momento para contar una parte del rompecabezas. Y aunque al principio eso puede sentirse lento, incluso confuso, con el paso del tiempo todo va encajando como piezas de un cuento retorcido que alguien te narraría con voz ronca y a media luz.

Este tipo de estructura puede incomodar a quienes buscan un terror más directo, pero si te dejas llevar, el viaje vale totalmente la pena. Porque a diferencia de muchas películas antológicas, aquí todo está conectado, y el punto de encuentro de esas líneas argumentales es brutal, sangriento y narrativamente poderoso.

Un cuento de miedo con sangre de verdad

Desde el primer acto, la película deja claro que no va a seguir las reglas del cine de terror convencional. Sí, hay sustos. Sí, hay momentos incómodos. Pero también hay algo mucho más profundo: una sensación de rareza, de estar viendo algo que no deberías, algo que no necesariamente tiene lógica, pero que te pone incómodo. Como cuando de niño alguien te contaba la historia de un niño que se lo llevó el río porque no obedecía. No necesitaba lógica, solo necesitaba meterte el miedo.

Ese espíritu se mantiene durante toda la cinta. Hay giros absurdos, momentos que parecen sacados de otra película, decisiones de los personajes que te hacen fruncir el ceño… pero todo eso se siente intencional, no como un error de guion, sino como parte de esa lógica torcida de los cuentos para asustar. Porque en La Hora de la Desaparición, lo absurdo y lo terrorífico conviven en el mismo plano. Y cuando llega el clímax, ese caos se desborda por completo.

La película se vuelve violenta. Muy violenta. Hay sangre, hay vísceras, hay asesinatos explícitos con armas improvisadas, hay un descenso a la locura que se siente físico, brutal y bien construido. No es gore gratuito, sino una herramienta más para contar una historia que se va pudriendo desde dentro. Y aunque puede ser excesivo para algunos, a mí me pareció que ese desenfreno visual era necesario para llegar a donde quería llegar.

Una estética que incomoda a plena luz del día

Zach Cregger ya había demostrado con Barbarian que sabe cómo incomodar al espectador, pero aquí se nota una evolución. La dirección es más ambiciosa, más arriesgada, más estilizada. La cámara se mueve con malicia, con intención, con ganas de desconcertarte. Incluso las escenas a plena luz del día —que suelen sentirse seguras en otras películas— están cargadas de tensión. La banda sonora, minimalista pero tensa, ayuda a que esa incomodidad nunca desaparezca.

Algo interesante es cómo la película juega con la cotidianidad: una escuela, una familia, un vecindario, niños… Todo lo que debería ser normal aquí se siente podrido. Hay una maldad que se filtra por las rendijas de lo común. Y eso es justo lo que hace tan efectivo el terror: no viene de monstruos ni de fantasmas, sino de algo que parece estar ahí desde siempre, esperando el momento de manifestarse.

Grandes actuaciones para un relato sin héroes

Julia Garner carga con buena parte del peso de la historia y lo hace con elegancia. Su personaje tiene muchas capas: es enigmática, a veces inquietante, a veces vulnerable, y su transformación a lo largo de la película es una de las cosas más fascinantes que tiene el guion. Josh Brolin, como siempre, cumple con una interpretación sobria, contenida pero potente. Alden Ehrenreich aporta una mirada más joven y desorientada, y Austin Abrams funciona como una especie de narrador externo, con un tono que por momentos roza lo irónico, lo que ayuda a aliviar la tensión.

Lo interesante aquí es que no hay héroes, ni villanos evidentes. Todos están rotos, todos tienen algo que esconder, todos están siendo arrastrados por una fuerza que no entienden. Y eso hace que la historia sea más cruda, más humana y más impredecible.

El final: el punto más divisivo

No quiero arruinar nada, pero el final es el punto donde más se van a dividir las opiniones. Algunos van a decir que se les fue de las manos, que se volvió una locura absurda e incomprensible. Y sí… un poco lo es. Pero ahí está lo brillante. Es tan absurdo, tan extremo, que da la vuelta y se vuelve terrorífico otra vez. Como cuando te contaban un cuento de niño que empezaba con “había una vez” y terminaba con una imagen tan grotesca que no podías dormir.

Ese desenlace no busca lógica, busca impacto. Busca dejarte con el estómago revuelto, con el cerebro acelerado y con esa sensación incómoda de “no sé qué acabo de ver… pero me perturbó”. Y lo logra. No todas las películas se atreven a ir tan lejos.

Conclusión: un cuento retorcido que deja marca

La Hora de la Desaparición no es una película de terror tradicional. No es fácil de ver. No es sencilla de explicar. Y, definitivamente, no es para todos. Pero si conectas con su forma de narrar —fragmentada, cruda, rara, a veces incoherente— vas a encontrar una obra que te acompaña mucho después de que termina. Porque su horror no depende de fantasmas ni de sustos rápidos. Depende de ese tipo de miedo que se mete en los huesos, de ese que se arrastra desde la infancia, disfrazado de cuento contado en la noche.

Las inconsistencias que tiene, lejos de arruinarla, se sienten parte del encanto. Como cuando tu abuela contaba algo que no tenía sentido pero igual te daba pavor. El hecho de que el guion se atreva a rozar lo ridículo para reforzar el horror dice mucho de su confianza narrativa. Y eso es lo que más respeto le tengo a esta cinta: que se arriesga.

Tal vez se alarga un poco más de la cuenta, tal vez el ritmo no es parejo, tal vez hay escenas que podrían sobrar. Pero aún con eso, se impone como una de las propuestas más interesantes del terror de 2025. No porque sea perfecta, sino porque tiene identidad, porque se siente distinta, y porque tiene claro lo que quiere provocar: incomodidad, tensión, locura… y un terror que te deja pensando.

Calificación: 8.5 / 10

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