El Conjuro 4: Últimos Ritos comienza con una escena que parece un guiño directo a la esencia de la saga: un objeto maldito que desata un acontecimiento íntimo y desgarrador, el nacimiento de Judy marcado por lo paranormal. Esa apertura remite al ambiente de las primeras entregas, cuando James Wan supo jugar con lo cotidiano para convertirlo en pesadilla. No hay nada más perturbador que sentir que el terror invade lo más humano, como una familia, un hogar o incluso el acto de traer un hijo al mundo.

Este arranque funciona como promesa, como si la película dijera: “vamos a regresar a lo que te asustó la primera vez, a ese equilibrio entre emoción y espanto”. Y de hecho, en sus primeros minutos logra transmitir esa tensión de lo inevitable. Sin embargo, lo que parecía el preludio de un cierre poderoso se transforma con rapidez en otra cosa, algo distinto a lo esperado, casi como si la película tuviera miedo de ser tan oscura como debería serlo.

Un guiño a lo viejo

Los pasillos oscuros, las muñecas inquietantes y las casas que parecen respirar con su propio ritmo regresan con fuerza. Annabelle hace acto de presencia, y los Warren se enfrentan una vez más a rostros y objetos que ya habíamos visto antes. Es un recurso que busca la familiaridad: traer de vuelta lo que alguna vez funcionó. La fotografía refuerza ese aire retro, con encuadres que evocan el terror de medianoche y colores que recuerdan a los VHS gastados que veíamos en los ochenta.

El problema es que este regreso al pasado no siempre juega a favor de la cinta. Si bien el estilo genera nostalgia, también se siente predecible. Sin duda la saga ha caído en un círculo de fórmulas demasiado conocidas. Muñecas que cobran vida, relojes que se detienen, escaleras en penumbra… elementos que en su momento funcionaron, pero que aquí parecen reciclados. El resultado es una película que quiere ser un homenaje a sí misma, aunque en el intento se queda corta.

Romance en medio del miedo

La mayor sorpresa de Últimos Ritos no está en sus sustos, sino en su tono. La historia se centra en Judy, la hija de los Warren, y en su prometido, y de pronto lo que parecía un relato de posesiones y objetos malditos se convierte en una comedia romántica con toques de terror. Hay más ternura que tensión, más diálogos de boda que gritos desesperados. Ese desvío tonal hace que, en más de un momento, uno sienta que está viendo una romcom en la que lo paranormal solo es un invitado incómodo.

Esto no es necesariamente un error. Hay quienes lo verán como una evolución: el terror no solo puede hablar de demonios, también de amor y familia. Pero en una cinta que debía cerrar con fuerza la saga principal, el equilibrio no termina de cuajar. Los Warren tardan más de una hora en involucrarse del todo en la trama, y esa espera, sumada al tono romántico, genera la sensación de que el miedo queda relegado a un segundo plano. Para muchos, eso diluye el impacto.

El encanto retro

Uno de los aspectos más logrados de la película es su ambientación ochentera. No solo se nota en la fotografía, sino también en la música. Sonidos de David Bowie y Howard Jones acompañan momentos clave, y esa energía musical contrasta con la penumbra de las escenas de suspenso. Es un recurso inteligente: la música se convierte en un recordatorio de que el miedo también convive con lo cotidiano.

La fotografía, por su parte, apuesta por planos cerrados, luces bajas y un estilo que recuerda a los clásicos del terror. Esa mezcla de sonido y visualidad retro logra dar identidad a la cinta. Aunque no siempre compense la falta de innovación en la narrativa, sí ayuda a sostener la atmósfera. Si algo queda claro, es que El Conjuro 4 tiene un respeto absoluto por la estética que construyó a la franquicia, incluso si se queda atrapada en ella.

La mirada crítica

La recepción de la crítica ha sido polarizada. Algunos medios como GamesRadar han llegado a decir que se trata del capítulo más emotivo y aterrador de toda la saga, destacando la química de Patrick Wilson y Vera Farmiga. Esa conexión, que siempre ha sido el corazón de la franquicia, sigue estando presente y dota de credibilidad incluso a las escenas más inverosímiles. El amor entre Ed y Lorraine Warren se siente real, y esa autenticidad sostiene buena parte de la película.

En cambio, otros medios como The Guardian o San Francisco Chronicle han señalado lo contrario: que la película es formulaica, lenta y sin novedad. Los sustos se perciben previsibles, y la historia tarda demasiado en arrancar. Incluso algunos críticos han llegado a llamarla un “horror dad-rock”, una reliquia que repite viejos trucos sin aportar nada nuevo. Entre ambos extremos se mueve la cinta, atrapada entre quienes agradecen su carga emocional y quienes lamentan su falta de audacia.

El plus del 4DX

Si hay un elemento que cambia la experiencia, es el 4DX. La tecnología logra que los sobresaltos sean más intensos: el aire frío en el rostro, las butacas que vibran al ritmo de los ruidos en pantalla, los movimientos que acompañan las caídas. Todo eso hace que, incluso en escenas previsibles, el espectador sienta un extra de inmersión.

No es que el 4DX transforme a la película en algo mucho más aterrador, pero sí potencia lo que de otra manera podría pasar desapercibido. En este caso, la forma se convierte en aliada del fondo. Quizás no consigas un cierre inolvidable en la narrativa, pero sí un par de sustos que se sienten en la piel. Para muchos, esa será razón suficiente para buscar la función en este formato.

Un cierre a medias

La saga de El Conjuro merecía un final a la altura de sus mejores momentos. Lo que tenemos aquí es un cierre sentimental, amable, incluso tierno. La boda de Judy, los guiños al pasado, la sensación de legado familiar… todo eso construye un desenlace más emotivo que escalofriante. No es un mal final, pero tampoco es el clímax que esperábamos después de tantos años.

Al salir de la sala, queda la impresión de que Últimos Ritos intentó complacer a todos: a quienes pedían sustos, a quienes querían emoción, a quienes buscaban un homenaje. Y en el intento, no logró brillar en ninguno de esos terrenos con toda la fuerza necesaria. Como cierre de la franquicia principal, se queda a medio camino: un abrazo cálido, sí, pero no el grito aterrador que debería habernos acompañado hasta los créditos finales.

Conclusión

El Conjuro 4: Últimos Ritos no es una mala película. Tiene momentos entrañables, rescata a personajes icónicos y visualmente es un viaje a lo retro que se disfruta. Pero como desenlace de una de las sagas de terror más importantes de los últimos años, no alcanza a ser el golpe final que debería sacudirnos. Y ahí está el dilema: quiso ser homenaje, quiso ser romance, quiso ser terror clásico… y en el camino no termina de ser plenamente ninguna de esas cosas.

Lo curioso es que quizá ese sea el verdadero rostro de la saga: nunca fue solo miedo, siempre estuvo atravesada por la relación entre Ed y Lorraine, por la idea de que el amor podía enfrentarse incluso a lo más oscuro. En ese sentido, el cierre tiene coherencia. Lo que le falta en sustos lo compensa con emotividad. Lo que no consigue en innovación, lo logra en calidez.

Al final, Últimos Ritos nos recuerda que el terror también es un espejo de lo humano: nos asusta porque está cerca, porque nace en los lugares donde nos sentimos más seguros. Esta vez, ese espejo devuelve una imagen más amable que escalofriante. Un adiós que no hiela la sangre, pero sí aprieta el corazón. Y tal vez, para algunos, ese sea un cierre suficiente.

Calificación: 7. 5 / 10

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